Hasta llegar a Fourteen (su única obra en estrenarse en el Estado Español), el crítico neoyorquino Dan Sallitt ha ido creando con la meticulosa calma de quien realiza cinco largometrajes en treinta y tres años, un conjunto fílmico que observa con suma atención las relaciones humanas y sus mecanismos de funcionamiento.
En Fourteen, cuyo título alude a la edad en la que se conocieron sus protagonistas, Sallit construye el crecimiento personal y vital de Mara y Jo, dos amigas que parten de la misma sintonía sentimental para verse arrolladas por la vida. Superada la etapa universitaria, Mara comienza a entenderse y a asentarse dentro de un mundo subyugado por la inestabilidad sentimental y la precariedad laboral. Jo, sin embargo, se atasca en perpetuos cambios de trabajo y entra en el círculo vicioso de las crisis emocionales. Lo que parece una enfermedad mental abstrae a Jo de la realidad compartida por todos los que la rodean y pronto comienzan los juegos de poder entre ambas mujeres, donde una extraña fuerza parece hacerles incapaces de destruir el muro de la dependencia que las une.

Las obras de Sallit, enraizadas en la tradición del mumblecore, están atravesadas por resquicios que buscan el encanto de lo no explícito, donde, aparentemente, no se le muestra ni dice nada al espectador. Estas narrativas parten de una forma de entender el realismo que rechaza las explicaciones literales y encerradas en sí mismas y que se materializan a través de la mimosa atención del trabajo actoral y con un guión muy medido que apenas deja espacio a la improvisación pero que, a su vez, parece emular. Fourteen, que podría habitar en la teoría de Ozu sobre la poética de lo cotidiano, se mueve entre esos parámetros pausados de observación.
Para Mara y Jo los años pasan, cambian los pisos y las parejas y los barrios y asfaltos nuevos conocen los diferentes ritmos de las pisadas de ambas mujeres. La historia no lineal entre ellas, que se bifurca, se retuerce y que salta en el tiempo, tiene reflejo directo en el propio lenguaje que emplea Sallit para poner en escena sus turbulencias. La película, al igual que la relación personal de Mara y Jo, salta a través del uso de unas elegantes y sutiles elipsis que consiguen, con una organicidad sorprendente, brincos temporales enormes apenas de un plano a otro. Poco a poco, interviniendo de forma gradual, cada vez más frecuentes y más dilatadas en el tiempo, las elipsis inciden en el devenir temporal, pero el arco dramático de las protagonistas preserva toda su consistencia. Quizá sea donde muchas teen movies exacerban sus puntos dramáticos donde Fourteen halla su sutilidad, tocando en lo más hondo gracias a todo aquello que elude, que silencia, que deja fuera de campo, pero que mantiene encendido.
El recurso de la elipsis incide en el tiempo desde el que se cuenta la historia y que no puede ser otro que el “futuro”: como si de un ejercicio de memoria humana se tratase, los hechos se suceden a saltos, los pasajes de la narración se tornan aleatorios y ciertos episodios se omiten selectivamente. O bien las escenas ejemplifican los recuerdos afectivos de la Mara del futuro o son un intento de concatenación y reconstrucción que le ayuden a identificar en qué momento se torcieron las cosas. De cualquier manera, ambas acciones solo pueden realizarse desde el futuro de la narración.

La película nace y muere desnuda, despojada de ostentaciones visuales y colocando a sus personajes estratégicamente en un puñado de localizaciones. Los planos, medios en su mayoría, son estáticos e impera la regla del “menos es más”, resolviendo las escenas con la menor intervención de montaje posible. Hay un plano estático concreto a mitad del metraje, de entre tres y cuatro minutos de duración, que encuadra en contrapicado una estación ferroviaria, donde los trenes llegan y marchan y las personas se mezclan en la puerta de salida. Es el plano sintomático de la relación que mantienen Mara y Jo y que ejemplifica de manera punzante las idas y venidas en las vidas de ambas. Si la elipsis nos hacía imaginar de manera subjetiva lo ocurrido en esas omisiones, el plano estático nos anima a la lectura metafórica concreta de su composición.
La naturalidad se convierte en la piedra angular de un mosaico de huecos narrativos tan bien materializado, que resulta casi imposible de desentrañar en un primer visionado. Fourteen, a la que hay que agradecer su ternura y humildad, se convierte así en un ejercicio lúdico de criptología que encandilaría al mismísimo Paulino Viota.