Shakespeare, por boca de esa amenaza al orden establecido que supone Puck, resume así la condición humana. Necios mortales. Corremos incansablemente tras lo que deseamos, rechazamos lo que ya poseemos y así, malgastamos nuestra vida en una huída del momento en que vivimos. La condición humana, y el mejor resumen de esta película que se puede hacer, en tan solo cinco palabras.
En Creative Control, película que se alzó con el premio del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, se nos plantea la vacuidad de una vida en la que la tecnología nos facilita, al menos aparentemente, esa búsqueda inacabable de lo deseado, creándonos a su vez nuevas ilusiones y nuevas carencias.

Esta sensación de vacío se ve acentuada por la estética elegante y fría que nos proporciona el blanco y negro y la elección de una banda sonora exquisita. En sus mejores momentos, nos recuerda al universo superficial, cortante y peligroso de The Neon Demon.
David y Julie viven una historia y una vida irreal, en el peor sentido del término. Eternamente insatisfechos con sus vidas y con su relación, inventan problemas del primer mundo, como la dificultad de encontrar una fruta exótica en particular, o la forzadísima falsa preocupación por las condiciones de los mineros de coltán por parte de Julie.
Podemos incluso encontrar un paralelismo entre el sinsentido de una vida aderezada con logros y problemas falsos -ese medicamento contra la ansiedad que literalmente es humo, por ejemplo- y la pretensión de una película estéticamente placentera.
En un mundo así, la relación de David con el avatar de Sophie, aunque sea el equivalente tecnológico al maniquí de Tamaño Natural, comienza como una evasión que acaba envolviéndolo, convirtiéndose en una fantasía que acaba siendo lo más tangible que David tiene en su vida.

Así, el control que pretende tener sobre su trabajo y su relación con Sophie, a la que deja de distinguir de su avatar, se revela más y más ilusorio, cada vez más irreal, a la vez que Julie se embarca en su propia fantasía, compartida por tantos, de formar parte de algo mayor que ella.
Un final abierto en un plano partido por la mitad: a un lado, la fantasía tecnológica. La huida al mejor de los mundos, donde David puede poseer una Sophie que le rechaza en el mundo tangible. Al otro, la fantasía de Julie que supone una vuelta a lo natural convertida en una story para Instagram. Ninguna elección es válida, y ese es el drama.