LES PERSEIDES (Izaskun Montes)

En un pueblo semiabandonado, Mar pasa las vacaciones junto a su padre recién separado. Junto a su nueva amiga Isa, matan el tiempo entre edificios abandonados, malas hierbas e historias de miedo.

Porque Les Persèides es una historia de fantasmas sobre la memoria. Ese “Durante la guerra” equivale a “era una noche oscura” o al “Érase una vez” de otros cuentos. La guerra no es real. No es un recuerdo vivido ni contado de primera mano, y como tal se queda en una historia de miedo contada alrededor de de una hoguera de verano, entre los primeros cigarrillos robados y los primeros sorbos a una cerveza compartida, que a su vez se convertirán en la memoria de alguien.

También es una historia sobre la transición de la niñez a la edad adulta. Mar llega al pueblo de su padre en plena adolescencia, en esa etapa en la que en un momento se es un cachorro que se cuela en todas partes solo por el placer de hacerlo, y al siguiente cualquier comentario paterno es una fuente inagotable de vergüenza ajena.

Muy pronto, Mar integra a sus juegos las grabaciones del adolescente que más tarde se convertirá en su padre: narraciones que quieren conformar una historia en la que los fantasmas se mezclan con refugios antiaéreos, en la que los territorios reales son puntuados por lugares que frecuentan las apariciones. Un crío jugando a recuperar tesoros e identidades, a guardar la memoria, como para expiar los actos de un padre que jamás se recuerdan en voz alta.

Poco a poco las grabaciones, de tan repetidas, se convierten en apariciones, en ecos, como si también fueran el fantasma de un adolescente que se adivina larguirucho y solitario, como Mar.

Mar, que se enterará por Isa del pasado familiar, aunque sea disfrazado de cuento gótico. “Había un hombre muy malo.” “En esa fosa común se construyó el pueblo, y tu casa”. “Vivía en tu casa”.

El monstruo de la historia vivía en su casa. Cuando tantea sobre su memoria familiar a su padre, lo hace con la insolencia y la pasión de la niña que todavía es: “Creo que el abuelo era mala persona. A mí no me daría igual”.

En un momento de reconexión tras oír juntos las grabaciones, padre e hija parten en busca de fantasmas, en una excursión en la que ambos comparten un objetivo, en la que ambos, por un corto periodo de tiempo, comparten edad, y hambre de aventuras.

Dentro del juego en el que viven, un sonido seco  les devuelve a la realidad. En un plano final, puntuado por los golpes metálicos de las palas cavando y de los chillidos de las golondrinas, Mar abandona la niñez de golpe. Los fantasmas adquieren una identidad, y un cuerpo.

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