Curiosa usa la ambigüedad desde el principio: el mismo título alude a esos cabinets de curiosités en boga en la época que retrata, el París de finales de siglo XIX. Estas curiosas eran los elementos que componían pequeños armarios acristalados, o habitaciones enteras -dependiendo de los recursos del coleccionista en cuestión- en los que exhibir colecciones más o menos extravagantes, en muchos casos relacionadas con el erotismo u otros placeres, porque lo de Sex, drugs and Rock&Roll no es nada nuevo. Curiosa también nos remite a la mirada intensa y apasionada de Marie de Régnier, que si bien empieza la historia como un bien a la venta, como todas las jóvenes casaderas de la época, llegará a convertirse en una novelista de éxito -usando un seudónimo, eso sí- y a vivir una vida libre de las restricciones de la sociedad y la moral.
Curiosa se disfraza de biopic como Zohar se disfraza de bailarina del vientre, para retratar el final de una época y el comienzo de otra. Con la irrupción de la fotografía, las excusas para el erotismo desaparecen, como desaparecerán las grandes odaliscas para dar paso a las contorsionistas del Gran Circo, o las grandes tragonas de Toulouse-Lautrec.

Con la libertad al escribir sobre erotismo que exhibirá Marie de Regnier, y las que vendrán tras ella, cualquier exotismo pasa a ser anacrónico, y un poco ridículo. Los lectores ya no necesitan Afroditas alejandrinas o cortesanas de Bilitis. Las ingenuas perversas, las dominadoras, las futuras Venus en pieles, tomarán el espacio que les pertenece, y se quedarán ahí. Hasta hoy.
Cuando se ve obligada a casarse con un amigo de su padre como medio para saldar las deudas de éste -el escritor cubano Jose María de Heredia- Marie pierde la posibilidad de conseguir al hombre que desea según las férreas normas de la época. Lejos de resignarse, esperará su vuelta para ofrecerse a él con todo lo que es. Si para Louÿs al principio ella no pasa de ser uno de sus caprichos, muy pronto el deseo y sexo de Marie acaban por convertirse en algo indispensable para él a lo largo de toda su vida, por mucho que cambien las circunstancias de ambos cara a la sociedad.
La fotografía refleja ese voyeurismo presente en toda la película: desde la primera escena en la que vemos a Louÿs en plena sesión fotográfica, o cuando espía a las tres hermanas Heredia que fingen no ser conscientes de su mirada y escenifican un juego de besos y caricias para él.
Pasamos de mundos-nido, llenos de cortinas, visillos y papeles pintados que protegen (o esconden) a las jóvenes casaderas del mundo exterior al estudio de Loüys, que si bien es también un refugio de la sociedad bienpesante, en este caso es masculino: en las primeras sesiones podemos encontrar un ambiente de bambalinas: atrezzo, alcohol, amigos, y Zohar ejerciendo de prima ballerina. Sin embargo, a medida que la historia avanza la luz se dulcifica y el entorno se vuelve más y más simple, hasta llegar a la mínima expresión: lo que está ante la cámara es lo que hay. Los ojos líquidos y negrísimos de Marie dominan la escena, la cámara y las sesiones en las que posa. Así, la luz natural del estudio acentúa su cuerpo elegante y flexible ante la cámara, y hace que cada plano de desnudos suponga un amanecer de piel suave, sin perder la naturalidad.

La falta casi absoluta de exteriores refleja la intimidad de la historia: Marie y Pierre son dos amantes devorándose mutuamente porque no necesitan nada del mundo del que se refugian. No hay nada que la sociedad les pueda aportar que no encuentren en el cuerpo del otro.
El mundo del final de la película no es el mismo del principio. Si bien Louÿs sigue considerado como uno de los grandes erotómanos de todos los tiempos, que inspiró a cineastas de la talla de Buñuel (su Oscuro objeto del Deseo está basado en La Mujer y el Pelele) esta es la historia de Marie de Régnier. En una entrevista difundida por la productora, la directora Lou Jenet explicó que la película surgió del flechazo que tuvo con la autora, Gran Premio de Literatura de la Academia Francesa en 1918, quien murió a los 87 años, el 6 de febrero de 1963 y yace en el cementerio de Père-Lachaise, prácticamente olvidada en nuestros días.