Todas deberíamos ser brujas
Amaia Aberasturi, Ana.

Rodada en localizaciones vascas por el argentino Pablo Agüero, apasionado por la persecución a las que se sometió a las brujas vascas, Akelarre se centra en la supervivencia de un grupo de ellas. En un pueblo costero en el que los hombres han salido a la mar, seis mujeres son acusadas de brujería, aunque el motivo y la acusación nos son desconocidos. La obsesión del inquisidor al que interpreta Alex Brendemühl de manera magistral le hace perseguir un sueño escurridizo, apenas vislumbrado: el Sabbat de las brujas. Hasta que una de las acusadas le diga lo que quiere oír, y acabe totalmente seducido por todo lo que cree que representa.
No era una de las películas que estaba en mi lista este Zinemaldi. Al fin y al cabo, el tiempo es limitado y hay muchas sesiones que encajar. Sin embargo, la melodía en el trailer -esa escala cromática y lo discordante de las cuerdas- me arrastró a escoger Akelarre como la primera película de la sección oficial de este año. Una historia protagonizada por seis mujeres de las que adivinamos el final desde el primer momento, para que no nos distraiga de lo que nos tienen que contar, o que cantar. Un primer recurso inteligente que ayuda a que nos sumergimos en una historia que huele a raíz y a salitre, y que suena al crepitar de las llamas y el grito de las gaviotas.
La palabra sorgina, en euskera, significa creadora, y lejos de tener el significado que le supone su traducción en castellano, se refería a mujeres que tenían un conocimiento especial, y por tanto que podían salvar a alguien de la muerte: médicos de circunstancias cuando los médicos no llegaban a tiempo. Comadromas, veterinarias. Reparadoras de personas y animales. Solo hay una escena en el que vemos a estas mujeres usando un elemento conocido por todas ellas, pero su oficio de tejedoras nos da una pista. En un pueblo costero, el que las redes y las maromas sean resistentes es una obligación. La resiliencia de sus mujeres, también. Si comparamos todo esto con el término en castellano, con ese bruja que siempre es una acusación o un insulto, no puede sino quedarse muy plano.
Y por eso, cuando una de las mujeres encerradas avisa a las otras de lo que se les acusa, usa el término extranjero, negativo: brujas. Nada tiene que ver esa mujer que baila para otro, ya sea hombre o diablo, con este grupo de mujeres salvajes que bailan para ellas mismas. Que disfrutan de la belleza del camino entre canciones, danzando, bebiendo. Riendo

Tal vez por ese ingenio que nace de la necesidad diaria de sobrevivir y florecer ante elementos hostiles, estas mujeres fuertes van tejiendo historias para satisfacer la curiosidad del juez. Para alimentar sus fantasías sobre un sueño que ya cree rozar con los dedos, envuelto en fantasías sobre éxtasis espirituales que parecen carnales, y viceversa. Para ganar tiempo hasta que los hombres lleguen desde la lejana Terranova a una tierra de mujeres que no bajan los ojos al hablar con un hombre.
Le cuesta arrancar, y en ocasiones flojea, pero lo compensa con una historia interesante y unos planos preciosistas en los que la luz y el sonido son los verdaderos protagonistas. La vuelta de tuerca que supone el que una de las acusadas mienta de forma tan consciente para salvar a las otras, como una Sherezade junto al mar, nos hace empatizar más con ella y con su historia. Ana intenta ganar tiempo con sus historias sobre el Sabbat de las brujas que el juez cree porque quiere creerlas, porque acaba fascinado y seducido por esta mujer salvaje que le habla de ritos extraños con una libertad de la que él carece. Ana -enorme Amaia Aberasturi- deja de ser la víctima para ser la señora, para controlar esa relación mediante miradas, susurros e invitaciones.
Akelarre es un ejercicio de memoria emocionalmente potente y técnicamente muy interesante. Sin caer en la trampa fácil que supondría crear distintas escenas tenebristas, usa la luz como un elemento pictórico sin perder la naturalidad, y la ambigüedad sin caer en el efectismo de la fantasía, que el mismo director se negó a utilizar, ya que supondría el creer en las brujas. El justificar en tal caso a aquellos que las persiguieron, que las quemaron, que las borraron de la Historia para siempre.