Blanco en Blanco, Théo Court

Esta es una historia sobre un genocidio. Sobre la conquista de un nuevo territorio. Sobre la deshumanización. Esta es una historia que comienza como una versión actualizada de Cumbres borrascosas, con el fotógrafo como narrador sin historia, como un testigo mudo de la brutalidad de un Heathcliff que carece del romanticismo de éste último. Pedro, en una época en la que la fotografía era una mezcla de magia, artesanía y atracción circense, llega a una Patagonia indómita y blanquísima, azotada por los elementos. Su encargo, fotografiar a la novia de un terrateniente, aún una niña. Una Catherine prepúber, imperiosa, muy segura de su propia belleza prerrafaelita. El contraste entre su imagen de blanco impoluto, como una víctima esperando el sacrificio y su seguridad es a su vez el contraste entre la riqueza de la tierra y la brutalidad de sus habitantes.

La luz blanca reflejada en su piel de nácar enamora al protagonista hasta la obsesión, lo que sirve como excusa para que el invisible terrateniente lo castigue al ostracismo. Mr Porter es el poder absoluto en un territorio que suponemos inmenso, sin marcar, sin más nombre que el suyo ni más ley que su palabra.

Intencionadamente, el que no tenga presencia física contrasta con el poder omnisciente que tiene sobre sus dominios. Lo ve todo, y pronunciar su nombre tiene efecto de invocación o de sentencia. Mr. Porter dice, o quiere, u ordena, como un señor feudal. Y su palabra es ley en esa tierra de contrastes brutales y habitantes que no se merecen el nombre de persona. Tal como refleja el trabajo del protagonista, son animales violentos y crueles. Bestias fuertes y animales apaleados, con la mirada perdida, baja. Animales con mejor o peor fortuna, dependiendo de variables arbitrarias, como el favor de un empleado, el tono de piel o el caer en desgracia, como le ocurre al fotógrafo.

Y como otro personaje más, la luz, como bien indica el nombre de la película. Blanco de una luz austral sobre el blanco de la nieve. Luz heladora reflejada en un vestido prístino, pero también en las paredes desconchadas del edificio principal, o en los barracones de los trabajadores. Luz blanca reflejada en pieles tostadas por el sol abrasador. La única luz cálida que nos encontramos proviene de velas o antorchas, que aportan un elemento de tenebrismo que acentúa el salvajismo de la vida en una tierra hostil habitada por bestias. 

Blanco en blanco supone un western del lado del testigo mudo. Del personaje del enterrador, por ejemplo. Del hombre que ni siquiera aparece en los créditos finales, porque no está ni con los vencedores ni con los vencidos. Es una historia que retrata un genocidio lento y desganado, que tal vez por eso resulta más brutal. La deshumanización de verdugos y víctimas que pasan a ser objetos a medida que el fotógrafo recupera el control sobre la situación en la última escena. La composición, perfecta. La luz, el último rayo del crepúsculo. Qué más da que sea una escena montada, que hayan sacrificado -solo a las personas se las asesina, al fin y al cabo- a sangre fría para dar una imagen de conquista. Qué más da todo, en fin.

CRÍTICA DE IZASKUN MONTES

One thought on “Blanco en Blanco, Théo Court

Leave a Reply