Un verano infinito, de días puntuados por las cigarras y noches de insomnio. Una niña extrañamente quieta y calmada hace cosas de niña: nada en una piscina. Explora. Busca insectos. Se aburre.
El hombre al que llama papá deja sola durante el día. Por la noche la mira nadar. A veces es brutal con ella, cuando los recuerdos de ambos no coinciden. A veces la cuida, disculpándose. La vemos cada vez más expuesta. Más desnuda. Hasta que una noche, desconocemos por qué, se adentra en el bosque.
Mediante esta elegante fábula de ciencia ficción, Sandra Wollner nos plantea interrogantes tales como qué parte de nuestros recuerdos son reales, y cuánto han puesto otros en nuestra cabeza. Todos hemos sido el recipiente más o menos pasivo de las memorias y miedos de otra persona más fuerte a nuestro lado. Hablamos con ella sobre existencialismo, inteligencia artificial, y la evolución actual de la ciencia ficción de autor.

SANDRA WOLLNER: El hecho de que el androide tenía que tener el aspecto de una niña pequeña fue algo que tanto Roderick Warich, mi coguionista, como yo tuvimos bien claro desde un principio. Por supuesto fue un proceso difícil, ya que había que garantizar el bienestar y la seguridad de una niña pequeña en una historia en la que se dan situaciones muy violentas, pero la historia no habría sido la misma con una actriz adulta. Necesitábamos una actriz con el físico de una niña pequeña. Era esencial que la inteligencia artificial proyectara la inocencia asociada a una niña.
IZASKUN MONTES: Incluso si intentamos ser conscientes en todo momento de que solo es un objeto, en muchos momentos nos duele el verla tan expuesta a situaciones tan brutales. ¿Es una metáfora de nuestra existencia?
S.W: Es una metáfora, pero no querría limitarme a provocar ese pensamiento. Quería dejar muy claro en todo momento que estamos hablando de un objeto vacío de todo excepto de su programación, incluso a un nivel físico. Me pareció importante el centrarme en el contraste de esa desnudez, ese vacío similar al estado en el que nacemos, con la imagen inequívoca de que es una inteligencia artificial.
I.M: ¿Hasta qué punto existe un paralelismo entre Ellie y nosotros? ¿Hasta qué punto somos un objeto que acoge los fantasmas de otra persona, u otras personas?
S.W: Esa es una de las preguntas que quería plantear con esta película. ¿Cuál es la diferencia entre recuerdo y programa? Como creadores de esta inteligencia artificial las creamos, o las programamos, a nuestra imagen y semejanza. Son espejos de nuestra propia existencia.

I.M: Parece que vivimos un resurgimiento del género de ciencia ficción como medio eficaz para plantear preguntas sobre la existencia: Carruth, Haussner, y ahora usted. Parece que en un mundo en el que Alexa y Siri son una realidad doméstica, el género se aleja de la ficción y se convierte en un instrumento.
S.W: Si pienso en obras como 2001: Odisea en el espacio, por ejemplo, la ciencia ficción siempre ha planteado este tipo de preguntas, casi desde su comienzo. También es cierto que ahora mismo ya vivimos en este futuro del que hablaban clásicos del género. Si comparamos la situación actual con la que vivíamos hace veinte años, la inteligencia artificial ya es una realidad. Los temas han cambiado, puede, y siempre me he sentido cercana al existencialismo, así que parece natural que plantee este tipo de cuestiones.
A día de hoy, la ciencia ficción ha superado su etapa de escapismo puro y está más apegada a la realidad, eso está claro.
I.M: ¿Cómo ve las posibilidades a la hora de profundizar más en este género en su filmografía?
S.W: Creo que es un género que me gustaría seguir explorando por los temas que plantea. De hecho, The Trouble with being Born podría ser considerada como una continuación o una historia relacionada con mi anterior película, The Impossible Picture, que también desarrolla planteamientos relacionados con la programación y los recuerdos. Con la memoria, en fin.
Sobre mi próxima película, solo puedo adelantar que va a estar relacionada con un fantasma, porque es una pincelada que ya he dado en mis anteriores trabajos, pero aún hay mucho trabajo por delante.

Tras la mascarilla, se le adivina sonreír cuando habla de programación, feliz de plantear cuestiones que nos preguntamos, por demasiado humanos, a través de una tostadora con un disfraz de niña de seis años. De un androide que solo soñaría con ovejas eléctricas si la programaran para ello.